Siguiendo la estela de los mensajes inquietantes (empezando con la entrada de Dile la verdad a tu cónyuge), con esta frase empieza otra de las pequeñas historias que conforman la novela de El Observador. Un individuo normal y corriente es advertido por una fuente anónima de que el vecino que vive al lado es un asesino psicópata en serie.
La inspiración para este capítulo vino dada por las recurrentes declaraciones de los vecinos de este tipo de criminal. ¿O no se han dado cuenta de que cada vez que detienen a uno de estos monstruos, los primeros sorprendidos suelen ser los vecinos de su barrio? Y todos dicen siempre lo mismo. Que si no se metía con nadie, que si era el más educado, que no tenía cara de no haber roto un plato en toda su vida...
Porque está muy arraigada la idea de que el asesino psicópata es un individuo feo, corpulento o con kilos de más, y que va por los bosques o por los callejones oscuros, cubierto de sangre, ataviado con una máscara horripilante y armado con un gran objeto punzante o cortante.
Pero la realidad es tan horrible como anodina. Un psicópata acude puntualmente a trabajar, haciéndolo sin rechistar. Es tan competitivo en su oficio, que no tienen adversarios laborales que les hagan sombra. Suelen llevar traje y corbata, porque son conscientes de que así ataviados, pasan desapercibidos e infunden respeto. Y lo más importante, son atractivos y sonrientes, o al menos, generan una personalidad magnética que les permite manejar a los demás a su antojo. Es esta última cualidad la que les ayuda a seducir a sus víctimas para llevarlas a su casa.
Así que ya saben por qué los individuos que llevan traje y corbata, y que siempre están sonriendo, no me inspiran confianza.
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