Cuando empecé a escribir El Observador, comenzó siendo un relato de ciencia ficción. Pero con el paso de los meses, el ficticio futuro cercano que describía se fue haciendo realidad. Incluso hay noticias de actualidad que emulan a alguno de los capítulos de El Observador. Y de aquí, mi creciente impresión de que el mundo real está plagiando mi obra.
Una prueba de ello fue esa noticia que vi este lunes, de un pirata informático que demostró lo fácil que era robar un coche autónomo de Tesla. Solamente fue una demostración, para que todos nos hagamos una idea de lo vulnerables que somos en el actual mundo hiperconectado.
Menciono esta noticia, porque cuando la vi, creí que la realidad me había vuelto a plagiar. Tuve la misma sensación cuando ese otro prototipo de Tesla tuvo un accidente el verano pasado. Pues en mi novela, El Observador también piratea un prototipo de vehículo autónomo para manipularlo como si fuera un coche teledirigido. Y aunque las intenciones de mi pirata bienhechor eran buenas, esta manipulación creó una mala imagen a este tipo de vehículos, que por otra parte, al funcionar con energía eléctrica, son necesarios para sustituir el actual parque automovilístico que se mueve con hidrocarburos. Ya saben, para reducir las emisiones del efecto invernadero y minimizar los daños causados por el cambio climático. Y por lo tanto, El Observador también ayuda a los diseñadores del coche autónomo después de haber realizado su desesperada fechoría, ofreciéndoles una protección informática que evita todo tipo de pirateo.
Incluso en este último aspecto, en la mala imagen del prototipo de Tesla por culpa de estos incidentes aislados, la realidad también plagia El Observador. Y al igual que mi personaje, también estoy a favor de este tipo de vehículos. No consumen derivados del petroleo y sus ordenadores de a bordo son los chóferes ideales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario