Es otra macabra coincidencia. Mientras estaba escribiendo El Observador, sucedieron los actos terroristas que sacudieron los cimientos de la libertad de Europa. El tiroteo de Charlie Hebbo (¿se escribe así?), la noche de la Sala Bataclan, la posterior psicosis social durante las horas sucesivas...
Una vez más, la realidad estaba superando a la ficción, pues en El Observador también hay terrorismo internacional. En concreto, hay un gran atentado que golpea, al mismo tiempo, a las más altas instituciones de Occidente.
Que quede claro. Si decidí que los terroristas de mi novela fueran yihadistas, no ha sido por una cuestión se seguir esta moda de poner a toda cosa que suene a Islam de enemigo. Estos terroristas son unos antagonistas perfectos para El Observador, porque operan sin usar las redes sociales (solamente las utilizan para promocionarse o reclutar nuevos mártires a sus filas). Y por lo tanto, son invisibles a los ojos del hacker protagonista, hasta que por fin perpetran este atentando de carácter mundial. Es entonces cuando El Observador actúa, desbaratando sus planes y movilizando a las autoridades pertinentes...
Tampoco pretendo contar cómo se puede organizar semejante atentado para que algún descerebrado lo lleve a cabo en la vida real. Es cierto de que hoy en día se dispone de la tecnología necesaria para realizarlo, pero hay detalles que quedaron oscuros, ya sea por mi humilde ignorancia o por mis deseos de no dar ideas a individuos indeseables. Habrá partes de la programación informática que desconozco, válvulas de seguridad que felizmente ignoro. Además, describo una trama conspirativa. Ese gobierno secreto, que cité en una anterior entrada, es el que planificó este atentado. Movieron los hilos para disponer a los actores sobre el escenario, para finalmente, después de la tormenta, moldear el mundo según sus intereses.
Ni tampoco pretendo justificar los actos terroristas, sean cuales sean sus autores, ideología o presunta religión. Si describo las motivaciones de los autores materiales, es para hablar de otro fenómeno, que está pasando hoy en día y que los que mandan parecen querer ignorar. También hablo de ello en el capítulo de la secta destructiva. Y también escribiría sobre ello si además mencionase a las millones de personas que se ofrecen voluntarias para viajar a Marte.
Existe una sensación de desarraigo social-cultural-religioso en la actual sociedad globalizada. Y los individuos que más lo sufren, son los que se apuntan a estas empresas tan arriesgadas, donde se sienten queridos y aceptados. Porque agregarse a un grupo es la mejor manera que tiene un ser humano para satisfacer su instinto gregario.
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