¿Qué tienen en común el tráfico de drogas, de armas y de seres humanos? Que además de ser ilegales, también son los tres negocios más lucrativos del mundo.
Esta certeza también está muy presente en la trama de El Observador. Los señalo como principales sustentos de los peores antagonistas del hacker protagonista, que forman ese gobierno secreto y mundial del que tanto hablan los conspiranoicos de nuestra era.
Es a mitad de la novela cuando El Observador realiza la primera de sus grandes hazañas. Redistribuye la riqueza mundial al saquear las cuentas secretas de traficantes y corruptos. Pero lejos de quedarse con al menos parte del botín, reparte el total de esta liquidez astronómica y monetaria entres varias ONG del planeta. Es decir, que roba a los ricos para dar el dinero a los pobres.
Cabe preguntarse que pasaría si a alguien se le ocurriera hacer semejante redistribución de la riqueza. Y yo intento contestar a esta pregunta con este capítulo de El Observador. ¿Una ONG seguiría siendo altruista si de pronto se volviera asquerosamente rica? ¿Y qué pasaría con los individuos que fueron robados? ¿O qué relaciones se descubrirían entre el crimen organizado y las altas esferas del gobierno? ¿Sería el comienzo de un nuevo orden mundial?
También este relato me dio pie para alabar la labor de las ONG. En concreto, hablo de un banco de alimentos, además del tipo de gente que suele acudir allí para poder vivir un día más. Por culpa de la crisis económica, ya quedaron atrás los tiempos en que estos lugares eran frecuentados por mendigos yonkis y pequeños delincuentes. Hoy en día, hay gente en el paro, familias desahuciadas y, en general, personas que han perdido su anterior estatus de ciudadano de clase media.
He de admitir que he escrito este capítulo movido por la indignación, sobretodo cuando oigo la dichosa estadística de que el 90% de la riqueza mundial está en las manos del 1% de la población planetaria. Y es que he observado que cuando alguien se hace rico, suele gastar el dinero que le sobra en chorraditas, como jugar al golf, tener mansiones enormes, estirarse la piel para aparentar ser más joven, una flota de cochazos de lujo,y otros objetos superfluos. Da la impresión de que no hemos mejorado mucho desde los tiempos en que Cleopatra navegaba por el Nilo a bordo de un barco hecho de oro. Es muy raro oír hablar de una persona rica que haga donaciones millonarias. Ahora mismo, me viene a la memoria unos nombres que se pueden contar con los dedos de una sola mano.
Por todas estas razones, he decidido citar en esta novela la famosa frase de Mahatma Gandhi. En este mundo, hay recursos de sobra como para que podamos vivir todos, pero son insuficientes para satisfacer la codicia de unos pocos.
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