Al mismo tiempo que escribía El Observador, me conmocioné, junto con el resto de España, con el incomprensible homicidio de Asunta Basterra. No entraré en especulaciones del porqué de este crimen, que el tiempo ya se encargará de dilucidarlo. Simplemente recordaré cómo se resolvió un caso tan insólito.
Porque es este punto el que llamó mi particular atención sobre este asunto tan escabroso. Además de las declaraciones de los testigos, ciudadanos anónimos que ayudaron a desmantelar las cuartadas de los Basterra, también se recurrió a las imágenes captadas por las cámaras de seguridad de la zona centro de Santiago de Compostela.
He de confesar que el día que vi la imagen de esa niña tomada por una cámara de seguridad, cuya hora desmantelaba la versión contada por su madre, no pude evitar acordarme de El Observador. Tuve la impresión de que mi personaje era real, que un pirata informático anónimo estaba colaborando con la policía para atrapar a los ejecutores de esta pobre niña.
Es lo que estoy diciendo desde la primera entrada de este blog. El presente se está pareciendo cada vez más al futuro que describo en El Observador. Y es que las Fuerzas del Orden y de la Seguridad de España también se están poniendo al día con las nuevas tecnologías. Ya se demostró cuando capturaron al asesino de esos pobres niños que fueron incinerados en la finca de las Quemadillas. Y lo están haciendo ahora, cuando intentan localizar a Diana Quer, triangulado las posiciones pasadas de su malogrado teléfono móvil.
También quería aprovechar esta entrada para defender mi novela. Cuando un familiar se dignó a colaborar conmigo para corregir las erratas (¡cómo odio las erratas!), me comentó que la niña que es amiga de El Observador es demasiado lista para su edad. Y es cierto, es muy lista. Pero por eso mismo, El Observador la eligió para que fuera una de sus mejores amigas.
Y dicho de paso, creo que si la pobre Asunta hubiera tenido un ciberamigo como El Observador, probablemente, estaría con vida hoy en día.
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