Esta información crea el caldo de cultivo apropiado para generar otra pequeña historia protagonizada por El Observador. Y aunque en ningún capítulo de mi novela aparece una muñeca que puede ser pirateada, si hablo del llamando internet de las cosas, de la conexión inalámbrica que se puede establecer entre electrodomésticos.
Entiendo que para mucha gente puede resultarle beneficioso tener una nevera inteligente en casa que envía recados al supermercado más cercano para reponer las provisiones. No obstante, habría que preguntarse si realmente merece la pena tener una casa tan tecnificada, sobretodo si tenemos en cuenta la frenética carrera de armamento que se está dando lugar en estos mismos momentos, que hace que el actual antivirus de tus dispositivos quede obsoleto en cuestión de meses.
E insisto. Con este panorama, ¿quién dejaría que el internet de las cosas entrara en su hogar? El Observador es un hacker con muy buenas intenciones, y quiero creer que la inmensa mayoría de los piratas informáticos que pululan por todo el mundo también son benévolos. Pero con la tecnología actual, basta con uno solo, maquiavélico y codicioso, para que nos convirtamos todos en vigilados por un pirata informático con ansias de ser el Gran Hermano de nuestros días.
Y cuestión a parte está el tema del espionaje de estado. Todavía me acuerdo de aquel ingeniero europeo que encontró dispositivos de escucha en un lote de electrodomésticos provenientes de China. Ante semejante paisaje, es imposible no volverse paranoico. ¿O soy el único que no aprecia un interés oculto por parte de las altas esferas, para que todos tengamos estos dispositivos "inteligentes" en casa?
De momento, lo único que podemos hacer al respecto, además de meditarlo a fondo, es protestar. Porque como dice Edward Snowden en el vídeo de Jean Michel Jarre, si los que no estamos metidos en asuntos turbios no protestamos, ¿quién lo hará?
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