Es uno de los personajes de relleno más importantes de El Observador. Gracias a él, uno de los protagonistas (y de paso, el propio lector), se entera de las verdaderas dimensiones que abarca el asunto de este pirata informático.
Se trata, pues, de uno de esos ermitaños del siglo XXI, un individuo que vive a solas (¿o con su madre?) y encerrado en una habitación con su ordenador, viviendo prácticamente de la red de redes.
Para explicar de dónde salió la idea de este personaje, antes debo recordar lo difícil que es para un escritor bautizar a sus personajes. A parte de revisar los escritos para eliminar las erratas, poner nombres a los personajes es un auténtico fastidio en este oficio.
En anteriores trabajos, en donde las historias están ambientadas en futuros galácticos, es relativamente fácil bautizar a los personajes. Normalmente, les pongo nombres anglosajones o multiraciales, lo que a su vez me permite memorizarlos mejor.
Pero en el caso de El Observador, ambientado en Madrid y en el mundo actual, he tenido que tirar de la nomenclatura nacional. Y de ahí, que muchos personajes tengan nombres y apellidos sueltos que provienen de familiares, amigos y conocidos míos. Incluso me he permitido hacer algún que otro homenaje (pues hay un tal Orrego, y también un Aijón).
Pero no sucedió así con Iago Morquecho. Ya hacía tiempo que había unido este nombre y apellido, mucho antes de escribir El Observador.
Porque el origen de Iago Morquecho tiene lugar en mi último año universitario, cuando asistí a una excursión que se hizo a Burbia. Allí tuve el privilegio de cruzar los montes con un tal Iago (que es un diminutivo gallego de Santiago, lo aclaro para los castellanohablantes). Aunque como era la primera vez en mi vida que hacía senderismo en unas altitudes tan elevadas, la falta de oxígeno atmosférico me afectó, y pronto, Iago se adelantó y me dejó atrás.
También había un tal Morquecho, que era un individuo que se parecía mucho al Asno de Sherk. Es decir, que no se callaba ni debajo del agua. De hecho, me costaba concebir el sueño en el hostal por culpa de sus interminables charlas-monólogo nocturnas. En esa excursión, solamente dormí bien cuando todos los compañeros se fueron de copas en la última noche al pueblo de al lado, incluyendo al tal Morquecho, lo que me proporcionó una noche de sueño desahogado.
Y además, la última mañana que estuvimos allí, tuvimos que hacer una práctica de radio-baliza, lo que implicaba estar callado para poder oír bien los pitidos del dichoso artefacto. Pero una vez más, Morquecho estaba hablando por los codos, imposibilitando que mis compañeros en prácticas pudieran realizarla. Fue en ese momento cuando me desquité, vengándome por las noches de insomnio al mismo tiempo que defendía al compañero de la práctica, imitando al entonces Rey de España con un campechano !¿Por qué no te callas?!
Fue en esa excursión en donde también empecé a tontear con la idea de crear un personaje llamado Iago Morquecho, que en un principio iba a ser un senderista incansable que hablaría por los codos. Sin embargo, al final usé este nombre para bautizar a este hacker gallego, que pone al día al detective protagonista sobre El Observador y el mundo de pirateo informático en el que se mueve.
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