Si había algo que se le pudiera reprochar a la primera parte de "Los supervivientes del arca", es la aparición de ese Deus ex-machina (lo llamaré así para evitar incómodos spoilers) que se encuentra final del relato y que da sentido a todo lo contado anteriormente, además de salvar el día a estos chavales atrapados en un desolador apocalipsis gaseoso.
No obstante, a la hora de continuar esta historia, el autor le da la vuelta a este Deus ex-machina. Algo salió terriblemente mal, convirtiendo a estos emisarios (los mismos del título) en unos monstruos inmortales que pretenden asegurarse su inmortalidad conspirando contra lo que queda del grupo que salió del arca. Unos peligrosos enemigos que se suman a la ya descrita amenaza de los invencibles seres gaseosos que habitan en la niebla...
Una vez más, el autor hace gala de su magistral uso de los clifthangers para atrapar al lector en esta historia que se va desarrollando en el mundo de después de la Tercera Guerra Mundial. Mientras la joven población asentada en Huesca intenta salir adelante, unos expedicionarios ingleses (los mismos que aparecen en el último capítulo de la primera novela), llegan para concluir un extraño mandato. Se inicia así una travesía por el norte de la España post-apocalíptica, que lleva a estos peregrinos hasta el norte de Francia, en concreto, al Monte Saint-Michel, un pintoresco enclave costero, en donde se desarrollan las partes más importantes de este relato, que alcanza su clímax en una pelea de espadas, que tiene lugar entre estos viajeros y los mencionados emisarios.
Así que me vuelvo a quitar el sombrero, ante un relato tan absorbente y entretenido.
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