viernes, 30 de diciembre de 2016

Edward Snowden.

Ya lo mencioné en una anterior entrada, pero creo que este personaje se merece una entrada propia.
Años atrás, cuando El Observador ni siquiera existía en mi mente, siendo reducido a esa inquietante idea que tenía cuando pasaba por delante de una cámara de seguridad, estalló el escándalo de Edward Snowden.
Supongo que ya conocen el caso. Snowden es un agente norteamericano que ha destapado una compleja trama de escuchas telefónicas y vigilancia electrónica a nivel internacional. Y hoy en día, se le busca, porque técnicamente, lo que ha hecho es un delito de traición.
He de admitir, que cuando todo este asunto salió a la luz, me quedé perplejo, pero no por lo que se había destapado, sino por la reacción  general de la gente, que llegó a escandalizarse. Yo apenas reaccioné, porque Snowden no descubrió nada que no me haya imaginado ya. Yo ya daba por cierto que las agencias secretas norteamericanas ya estaban rastreando mis movimientos en internet, al igual que los de muchos otros ciudadanos anónimos. No soy tan ingenuo como para no pensar que el 11-S iba a recortar varios derechos civiles, empezando por la privacidad en la red de redes.
Sí me preocupó el hecho de que estallara semejante escándalo. Quizá sea impresión mía, pero tuve la sensación de que los internautas habituales, los que suben sus perfiles a las redes sociales, y los que hablan de los detalles de su vida por los cuatro vientos, no son realmente conscientes de lo vulnerables que son sus datos personales.
Pero que quede claro. El hecho de que yo no me escandalice con el tirón de manta de Snowden, no signifique que apruebe este tipo de vigilancia electrónica. En este campo, todavía existe un amplio agujero legal. Porque si nos espía alguien del gobierno (del nuestro o del extranjero, me da igual), ¿significa que está moralmente autorizado para rastrearme, simplemente, porque es un agente cualificado? ¿Y quién podría estar preparado para ejercer semejante vigilancia?
Son cuestiones que trato de responder en El Observador...

jueves, 29 de diciembre de 2016

El atentado en Berlín.

Prolongando el tema de mi anterior entrada (y de otra más), trataré lo sucedido en Berlín, en esa feria navideña, que prácticamente fue un calco de lo sucedido en Niza.
Como ya comenté en otra ocasión, el hecho de que sucedan atentados de este tinte religioso en Occidente ya fue profetizado por un humilde servidor cuando escribí El Observador. Y es cierto, tampoco era algo que no fuera fácil de ver venir después de lo del 11-M en Madrid.
Entiendo que las medidas que están tomando las autoridades pertinentes son las apropiadas. La sola presencia de estos pesados bolardos en torno a los lugares en que se aglomera la gente es, al menos, disuasoria.
Pero hay algo más que está sucediendo, lo que me animó a tomar la decisión de no publicar bluffs ambientados en los hechos relatados en El Observador. Y es que se están publicando noticias falsas que hablan de comisarías movilizadas o de alertas de atentados inminentes. Que además, son situaciones que se parecen demasiado a lo que se describe en los últimos capítulos de El Observador, en donde incluso el Rey de España anuncia por televisión la imposición de la Ley Marcial.
Así que aprovecho la presente entrada para aclarar que yo no tuve nada que ver con esta última oleada de noticias falsas.
Aunque una vez más, vuelvo a comprobar que no deja de ser inquietante cómo la vida está imitando a la ficción.

miércoles, 28 de diciembre de 2016

¿Bluffear, o no bluffear?

Es una pregunta que me pregunto hoy, 28 de diciembre y día de los Santos Inocentes del 2016. Porque desde que Trump ganó las elecciones, cualquier noticia falsa, de broma, que se publique hoy, puede pasar por una de verdad.
Y es que esta cuestión me la estoy planteando desde que empecé la promoción de El Observador. Porque muchas de las historias cortas que cuento en esta novela podían pasar por noticias verídicas. De hecho, uno de los protagonistas se vale de titulares recopilados de noticias para hacerse una idea de lo grande que es el asunto de El Observador.
Así que pensé en colar alguna de estas historias cortas como noticias de verdad, en estos tiempos confusos en que cualquiera puede subir un bluff a la red de redes. Sin embargo, me perturban las implicaciones éticas que supone. Porque ya ha sucedido con el tema de los payasos diabólicos del pasado Hallowen, que incluso hubo algún que otro delincuente que se aprovechó de esta moda macabra para sacar tajada.
Y aunque mis historias cortas terminan bien, con El Observador ayudando a algún que otro ciudadano anónimo, y por lo tanto, tienen un enfoque mucho más positivo, sigo preguntándome si sería buena idea que vertiese estas falsas noticias por la red, con la finalidad de llamar la atención y conseguir nuevos lectores. Me preocupan las implicaciones que puedo imaginarme (como que algún hacker patoso provoque un apagón o un accidente al intentar emular a El Observador), pero me aterran mucho más las consecuencias que no soy capaz de imaginar.
Así que de momento, aparcaré esta idea del bluff para más adelante. Y aprovecho esta entrada para recomendaros que asistáis a la presentación de El Observador, que será a las 18:00, el viernes 13 de enero en la librería Follas Novas, en Santiago de Compostela.

lunes, 19 de diciembre de 2016

Fútbol, política y energías renovables.

Una de las pequeñas historias que puedes encontrar en El Observador, es la de una intentona de atentado que frustró el hacker protagonista. En él, creé a un concejal madrileño, que probablemente, es uno de los mejores personajes de relleno de toda la novela.
Para empezar, fue un futbolista famoso. Y es que El Observador es un retrato de la sociedad española actual. ¿Cómo podría hacer algo así, sin mencionar al deporte rey de España?
Confieso que no soy muy futbolero. Encuentro aburrido un partido de fútbol cualquiera. No entiendo cómo es posible que se encuentre entretenido ver a veintidós tíos en pantalón corto corriendo por un campo detrás de un balón.
Sin embargo, sería un necio si negara la evidencia. En España, el fútbol causa furor. Es tan popular, que incluso una persona tan poco futbolera como soy yo, sabe algo sobre el tema.Y de aquí, que al diseñar a este personaje, le diera un pasado como futbolista, lo que le otorgó popularidad para posteriormente afiliarse a un partido político.
Es en este punto cuando lo envolví de cierta ambigüedad que resulte políticamente correcta. De jugador de fútbol, participaba en la alineación de uno de los dos equipos de primera división de Madrid. Y asimismo, cuando empezó su carrera política, se afilió a uno de los dos partidos políticos nuevos que terminaron con el bipartidismo en España (¿Otro toque profético?).
También le doté de los dones que le hicieron popular. Le llaman el sucesor de Butragueño, porque fue muy caballeroso en el campo de juego, lo que le permitió ganarse fama para su posterior carrera política. Y a la hora de bautizarle, le llamé Manuel Ermua, en homenaje a cierto concejal que fue asesinado en el pasado reciente de España.
Cabe preguntarse si un personaje así sería posible en la España del mundo real. No sé de muchos deportistas españoles que se hayan metido en política después de retirarse de la competición. Es algo que parece más propio de Estados Unidos. En España, la gente sigue diciendo lo mismo que decía Franco. Haga lo que yo. No se meta en política.
¿Así que por qué un deportista se iba a meter en política?
En este caso ficticio, Manuel Ermua se mete en política movido por su conciencia ecológica. Pretende que todos los españoles vivamos en casas autosuficientes. De hecho, en el mundo ficticio de El Observador, es el primer político español que está haciendo un esfuerzo real para conseguirlo.
Y de aquí, que ciertos poderes quieran quitarle de en medio, aunque sea con un atentado de coche bomba.
Ya sé lo que piensan. ¿Cómo es posible que alguien quiera matar a un ecologista? ¡Es descabellado!
O quizás no lo sea tanto, si se piensa que el mundo actual vive de las reservas de petroleo. Porque es lo que pasa cuando alguien propone construir una sociedad que viva de otras fuentes de energía. Aparecen unos presuntos eruditos que dicen que es imposible o inviable. Y si ese alguien se obstina en seguir adelante, es entonces cuando se producen los accidentes, como los que se relatan en esta novela ficticia.

domingo, 18 de diciembre de 2016

La muñeca que te espía.

Una vez más, la realidad está superando a la ficción que describo en El Observador. Hoy me enteré en las noticias que han retirado del mercado una muñeca que se podía piratear para espiar a los niños que juegan con ella. Y además, también han retirado a otros tantos juguetes que se iban a lanzar para las próximas Navidades, que presentan el mismo inconveniente. Son robots y muñecos que se pueden conectar, sin cables, con dispositivos móviles.
Esta información crea el caldo de cultivo apropiado para generar otra pequeña historia protagonizada por El Observador. Y aunque en ningún capítulo de mi novela aparece una muñeca que puede ser pirateada, si hablo del llamando internet de las cosas, de la conexión inalámbrica que se puede establecer entre electrodomésticos.
Entiendo que para mucha gente puede resultarle beneficioso tener una nevera inteligente en casa que envía recados al supermercado más cercano para reponer las provisiones. No obstante, habría que preguntarse si realmente merece la pena tener una casa tan tecnificada, sobretodo si tenemos en cuenta la frenética carrera de armamento que se está dando lugar en estos mismos momentos, que hace que el actual antivirus de tus dispositivos quede obsoleto en cuestión de meses.
E insisto. Con este panorama, ¿quién dejaría que el internet de las cosas entrara en su hogar? El Observador es un hacker con muy buenas intenciones, y quiero creer que la inmensa mayoría de los piratas informáticos que pululan por todo el mundo también son benévolos. Pero con la tecnología actual, basta con uno solo, maquiavélico y codicioso, para que nos convirtamos todos en vigilados por un pirata informático con ansias de ser el Gran Hermano de nuestros días.
Y cuestión a parte está el tema del espionaje de estado. Todavía me acuerdo de aquel ingeniero europeo que encontró dispositivos de escucha en un lote de electrodomésticos provenientes de China. Ante semejante paisaje, es imposible no volverse paranoico. ¿O soy el único que no aprecia un interés oculto por parte de las altas esferas, para que todos tengamos estos dispositivos "inteligentes" en casa?
De momento, lo único que podemos hacer al respecto, además de meditarlo a fondo, es protestar. Porque como dice Edward Snowden en el vídeo de Jean Michel Jarre, si los que no estamos metidos en asuntos turbios no protestamos, ¿quién lo hará?

viernes, 16 de diciembre de 2016

Tu prostituta es una esclava sexual menor de edad.

Siguiendo con la estela iniciada por Dile a tu cónyuge la verdad, continúo con esta serie de mensajes comprometedores. En esta ocasión, se trata de una notificación que es enviada al teléfono móvil de un cliente novato que acude a un burdel por primera vez, justo cuando va a acostarse con una de las prostitutas del lugar.


Es otro episodio de El Observador, uno de los más tensos (y entretenidos), en el que aprovecho para exponer mi opinión sobre la prostitución.
Porque cuando alguien entra en uno de estos locales, ¿cómo hace para distinguir a las trabajadoras de las esclavas?
La respuesta a esta cuestión es muy sencilla. No se puede.
Por este motivo me animé a escribir la historia de un hombre que acude por primera vez a un burdel, con la intención de iniciarse con el tema del sexo. En esta ocasión, no escribí sobre un chaval tímido que actúa más movido por la curiosidad que por la lujuria. He descrito a un hombre maduro, acomplejado (por sus amigotes) por llegar a los 40 años siendo todavía virgen, porque las circunstancias de la vida no le permitieron encontrar una pareja estable con la que poder fundar su propia familia.
Decidí hacerlo así, porque hoy en día, los chavales no acuden a estos locales para saciar su curiosidad. Ya se encargan las clases de Educación Sexual para aclarar sus dudas. Por otra parte, es habitual emparejarse hoy en día a esas edades tan tempranas, sobretodo si se tiene en cuenta que las nuevas generaciones han perdido el miedo a pillar una ETS (Chavales, por vuestra salud, usad un condón).
En cambio, este pobre hombre pertenece a una generación que ha crecido con el miedo a infectarse con el VIH. Y si a este temor se le añaden sus circunstancias vitales (que por otra parte, son más habituales de lo que se piensa), se comprende que no haya podido ni siquiera tener una mejor amiga.
Así que acomplejado por su falta de experiencia, decide invertir parte de sus ganancias en una noche de sexo con una desconocida. Pero la cosa cambia cuando El Observador le advierte que está financiando, sin saberlo, una vasta red de tráfico de seres humanos.
Así que cabría preguntarse qué pasaría si el título de este tema se hace viral y se distribuye a través de los dispositivos de los clientes habituales de este tipo de negocio.

sábado, 10 de diciembre de 2016

Telebasura.

Al escribir una historia de piratas informáticos, era inevitable meter a los medios de comunicación convencionales en la trama. Así que me aproveché para añadir en El Observador una crítica satírica de la televisión que se hace hoy en día.
Si han leído la primera entrada de este blog, ya sabrán que participé en un curso de guión para animar el panorama televisivo actual con mis historias fantásticas. No obstante, el sistema de las productoras y de las empresas de audiómetros está hilado de tal forma, que es muy difícil que los nuevos autores introduzcan innovaciones significativas en la producción de series televisivas. Los productores van siempre a lo seguro. Y por esta razón, proliferan tanto las comedias protagonizadas por un grupo de gente chavacana y los programas para Marujas.
Y lo digo yo, que una vez, después de volver del cine de ver Jurasic World y de estar quince minutos haciendo zapping con la televisión de mi piso, protesté: ¡Me aburro! ¡Yo quiero volver a ver a los dinosaurios peleándose entre ellos!
Por todos estos motivos añadí la existencia de Toda la tarde a la trama de El Observador. Se trata del típico programa para amas de casa que se emite por las tardes laborables. Presentado por un hombre atractivo y cargado de un gran sentido del humor, es un espacio que comenta las noticias de actualidad a través de una mesa de debate.
Me despeché a gusto con la creación de los tertulianos de esta mesa de debate. Son personajes estereotipados. Y en este punto debería decir, para ser políticamente correctos, que ninguno de ellos se parece a ningún personaje real. Pero la verdad es que sí se parecen, porque me basé en ellos para crear a estas caricaturas. Lo aclaro ahora, para que luego no haya malentendidos ni malos rollos.
Así que en esta mesa tenemos a la folklórica andaluza, tan famosa como religiosa, a la ancianita experta en crímenes, a la famosilla niña pija, que es la típica mujer florero, al director-actor de cine que muestra marcadas ideas de Izquierdas, al periodista cotilla que se curtió en una ya larga carrera del mundo del colorín, y a un experto científico, que habla poco  porque siempre terminan por callarle la boca al interrumpir sus exposiciones.
He de añadir que fue un acierto aderezar este programilla a la trama de El Observador. La cantidad de datos y de historias cortas que proliferan en esta novela es tan bestial, que temía que el lector pudiera perderse en este mar de datos.
Para evitarlo, he hecho que el presentador de Toda la tarde recite su monólogo de actualidad al principio de casi todos los capítulos de esta novela. Y precisamente, sin saberlo, siempre recita estos monólogos hablando de la última hazaña de El Observador. Así permito que el lector refresque su memoria al iniciar la lectura de un nuevo episodio.
Y para rematar la faena, el penúltimo capítulo de esta novela se desarrolla casi enteramente en el plató de este programa, porque después de la última gran hazaña de El Observador, el conocimiento de la existencia de este pirata informático ya no estaba relegado al ámbito de los hackers y de los agentes secretos. Cierto, ese penúltimo episodio es un capítulo recopilativo, pero pienso que el lector me lo agradecerá, porque así se hará una mejor composición de la trama y llegará más fácilmente a la increíble resolución final del misterio que encierra El Observador.

Terrorismo yihadista en suelo Europeo.

Es otra macabra coincidencia. Mientras estaba escribiendo El Observador, sucedieron los actos terroristas que sacudieron los cimientos de la libertad de Europa. El tiroteo de Charlie Hebbo (¿se escribe así?), la noche de la Sala Bataclan, la posterior psicosis social durante las horas sucesivas...
Una vez más, la realidad estaba superando a la ficción, pues en El Observador también hay terrorismo internacional. En concreto, hay un gran atentado que golpea, al mismo tiempo, a las más altas instituciones de Occidente.
Que quede claro. Si decidí que los terroristas de mi novela fueran yihadistas, no ha sido por una cuestión se seguir esta moda de poner a toda cosa que suene a Islam de enemigo. Estos terroristas son unos antagonistas perfectos para El Observador, porque operan sin usar las redes sociales (solamente las utilizan para promocionarse o reclutar nuevos mártires a sus filas). Y por lo tanto, son invisibles a los ojos del hacker protagonista, hasta que por fin perpetran este atentando de carácter mundial. Es entonces cuando El Observador actúa, desbaratando sus planes y movilizando a las autoridades pertinentes...
Tampoco pretendo contar cómo se puede organizar semejante atentado para que algún descerebrado lo lleve a cabo en la vida real. Es cierto de que hoy en día se dispone de la tecnología necesaria para realizarlo, pero hay detalles que quedaron oscuros, ya sea por mi humilde ignorancia o por mis deseos de no dar ideas a individuos indeseables. Habrá partes de la programación informática que desconozco, válvulas de seguridad que felizmente ignoro. Además, describo una trama conspirativa. Ese gobierno secreto, que cité en una anterior entrada, es el que planificó este atentado. Movieron los hilos para disponer a los actores sobre el escenario, para finalmente, después de la tormenta, moldear el mundo según sus intereses.
Ni tampoco pretendo justificar los actos terroristas, sean cuales sean sus autores, ideología o presunta religión. Si describo las motivaciones de los autores materiales, es para hablar de otro fenómeno, que está pasando hoy en día y que los que mandan parecen querer ignorar. También hablo de ello en el capítulo de la secta destructiva. Y también escribiría sobre ello si además mencionase a las millones de personas que se ofrecen voluntarias para viajar a Marte.
Existe una sensación de desarraigo social-cultural-religioso en la actual sociedad globalizada. Y los individuos que más lo sufren, son los que se apuntan a estas empresas tan arriesgadas, donde se sienten queridos y aceptados. Porque agregarse a un grupo es la mejor manera que tiene un ser humano para satisfacer su instinto gregario.

viernes, 9 de diciembre de 2016

El bullying.

Al tener a una familia en El Observador, cuyos hijos pertenecen a tres generaciones diferentes, me permitió tratar el tema del bullying, o dicho en español, el acoso escolar.
Así que he podido abordar este problema desde tres perspectivas diferentes. Una alumna aventajada de primaria que descubre que un compañero de clase tiene un comportamiento demasiado introvertido. El típico friki de secundaria que es marginado por sus gustos ociosos, además de por sus vanos intentos de atraer a la chica que le gusta. Y otra estudiante de secundaria, una chica popular destronada al cambiar de instituto, que de pronto se ve acosada por el cruel grupo de las chicas populares.
Es un problema que me interesa, pues yo mismo sufrí vejaciones por parte de alumnos mayores que se creían mejores que yo. Todavía me acuerdo de cuando en el colegio me decían extraterrestre, ya sea por mis gustos frikis o por mi facilidad para los estudios. Por todas estas razones, ya sé que este problema viene de lejos.
Pues esta actitud es tan vieja como la humanidad, teniendo sus correspondientes orígenes evolutivos. Hoy en día sabemos que nuestros antepasados trogloditas tenían que ir de caza y distinguir a los animales que podían matar de los que no. Asimismo, también había que establecer una jerarquía dentro de estas sociedades tribales, confiando la supervivencia del grupo sobre los anchos hombros de los individuos más fuertes de la tribu.
Son comportamientos que siguen vigentes hoy en día, después de decenas de miles de años de historia, y de un centenar de revolución industrial y tecnológica. Si no me creen, fíjense en los habituales escenarios de un acoso escolar.
Para empezar, el acosador escolar necesita disponer de un mínimo de inteligencia para poder distinguir al más débil del grupo. Y una vez localizado, lo ataca con la finalidad de mantener su estatus de líder en su grupo de amigotes. Es decir, que este fenómeno persiste, porque todavía somos unos trogloditas. Vestimos tejidos sintéticos y disponemos de alta tecnología, pero seguimos comportándonos igual que nuestros antepasados más salvajes. Si no me creen, pregúntense cómo es posible que los reclusos más peligrosos, homicidas confesos y psicópatas varios,  reciban una abundante correspondencia postal que ha sido enviada por mujeres solteras que quieren casarse con uno de ellos. Nuestras hembras todavía seleccionan, como pareja reproductiva, al macho cazador que es capaz de despiezar grandes cantidades de carne.
Con estas líneas no pretendo justificar este comportamiento tan denigrante, tanto para el que lo sufre, como para el que acosa. Mi intención es que la gente sea consciente de cómo funcionamos, para luego usar ese conocimiento para mejorarnos.

jueves, 8 de diciembre de 2016

La redistribución de la riqueza mundial.

¿Qué tienen en común el tráfico de drogas, de armas y de seres humanos? Que además de ser ilegales, también son los tres negocios más lucrativos del mundo.
Esta certeza también está muy presente en la trama de El Observador. Los señalo como principales sustentos de los peores antagonistas del hacker protagonista, que forman ese gobierno secreto y mundial del que tanto hablan los conspiranoicos de nuestra era.
Es a mitad de la novela cuando El Observador realiza la primera de sus grandes hazañas. Redistribuye la riqueza mundial al saquear las cuentas secretas de traficantes y corruptos. Pero lejos de quedarse con al menos parte del botín, reparte el total de esta liquidez astronómica y monetaria entres varias ONG del planeta. Es decir, que roba a los ricos para dar el dinero a los pobres.
Cabe preguntarse que pasaría si a alguien se le ocurriera hacer semejante redistribución de la riqueza. Y yo intento contestar a esta pregunta con este capítulo de El Observador. ¿Una ONG seguiría siendo altruista si de pronto se volviera asquerosamente rica? ¿Y qué pasaría con los individuos que fueron robados? ¿O qué relaciones se descubrirían entre el crimen organizado y las altas esferas del gobierno? ¿Sería el comienzo de un nuevo orden mundial?
También este relato me dio pie para alabar la labor de las ONG. En concreto, hablo de un banco de alimentos, además del tipo de gente que suele acudir allí para poder vivir un día más. Por culpa de la crisis económica, ya quedaron atrás los tiempos en que estos lugares eran frecuentados por mendigos yonkis y pequeños delincuentes. Hoy en día, hay gente en el paro, familias desahuciadas y, en general, personas que han perdido su anterior estatus de ciudadano de clase media.
He de admitir que he escrito este capítulo movido por la indignación, sobretodo cuando oigo la dichosa estadística de que el 90% de la riqueza mundial está en las manos del 1% de la población planetaria. Y es que he observado que cuando alguien se hace rico, suele gastar el dinero que le sobra en chorraditas, como jugar al golf, tener mansiones enormes, estirarse la piel para aparentar ser más joven, una flota de cochazos de lujo,y otros objetos superfluos. Da la impresión de que no hemos mejorado mucho desde los tiempos en que Cleopatra navegaba por el Nilo a bordo de un barco hecho de oro. Es muy raro oír hablar de una persona rica que haga donaciones millonarias. Ahora mismo, me viene a la memoria unos nombres que se pueden contar con los dedos de una sola mano.
Por todas estas razones, he decidido citar en esta novela la famosa frase de Mahatma Gandhi. En este mundo, hay recursos de sobra como para que podamos vivir todos, pero son insuficientes para satisfacer la codicia de unos pocos.

miércoles, 7 de diciembre de 2016

La cuestión del oficio.

Uno de los personajes de El Observador es un chaval de clase acomodada (el típico niño pijo), cuyo protagonismo se apodera del capítulo en el que, informados por las pruebas aportadas por el pirata informático, dos detectives de narcóticos detienen a su padre por traficar con drogas. Y a raíz de este brutal descubrimiento, el chaval reacciona movido por la fuerza de su juventud, mata a los policías, toma rehenes y se encierran en la habitación del pánico de la mansión en donde vive.
Esta capítulo es uno de los episodios más tensos de El Observador. La típica situación con rehenes, negociaciones, tiroteos, intentonas de asalto y una sorprendente resolución final, por obra y gracia del hacker protagonista.
Uno de los motivos por los que escribí este capítulo, fue porque cuando terminé mis estudios superiores y me vi en la tesitura de buscar trabajo, me di cuenta de que desconocía cuáles eran los oficios de mis parientes y conocidos. Al menos, sabía de las profesiones de progenitores y hermanas, al ser los más allegados. Pero hoy en día, sigo sin saber cómo se ganan la vida mis tíos, primos y otros parientes más lejanos.
Aunque si bien es cierto que no solía tener un especial interés por las profesiones de mis allegados, también es verdad que ellos también ignoran mi oficio. Muchos de ellos no sabían que yo era escritor, hasta que me vieron con un ejemplar de El Heraldo del Caos, mi anterior novela, debajo del brazo.
¿O me van a decir que alguno de ustedes sabían, cuando eran adolescentes, a qué se dedicaban vuestros familiares y conocidos?
Y de aquí salió la historia de este niño bien, que al vivir en su mansión, protegido en su burbuja de bienestar y convencido de que a él le espera un futuro prometedor, no se le ocurre preguntarse por la fuente del abultado sueldo de su padre. Hasta el momento de la detención, lo único que sabe del tema es que su padre trabaja en una empresa de transporte de mercancías. Y es a partir de esa agresión a su estilo de vida, al derrumbarse todas sus perspectivas, cuando reacciona con violencia impulsado por su actividad hormonal.

martes, 6 de diciembre de 2016

La cuestión religiosa.

Cuando concebí El Observador como una serie de televisión, quise hablar en él de temas cotidianos. Por esta razón, el detonante de uno de los capítulos es la detención de un sacerdote católico, que es acusado de un presunto delito de pedofilia.


Empiezo comentando este capítulo pidiendo que nadie se ofenda. No es un relato que escribiera para hacer una durísima crítica a la Iglesia, ni tampoco una defensa enfervorecida de la misma. Escribí este capítulo para intentar representar el grado de espiritualidad de la España actual, que todavía está muy cicatrizada por las heridas de la última guerra civil sufrida.
Así que como ya supondrán, el capítulo está salpicado por personajes que tienen su propia perspectiva sobre la existencia de Dios, la fe y la propia Iglesia. Y lo he hecho así, porque es la percepción que yo experimento cuando veo a la gente expresar su sentido de la espiritualidad. La realidad es así. No todos vivimos igual, no creemos igual y no nos enfrentamos a la muerte igual.
No obstante, este caldo de cultivo religioso y social me sirve para hacer vacilar al lector, sembrando la primera duda sobre la verdadera identidad de El Observador. Porque se descubre que el fin último de este pirata informático es el mismo que el del propio Jesucristo. Que nos amemos los unos a los otros.
Personalmente, pienso que el mensaje es mucho más importante que el mensajero. Cualquier otra consideración sobre la naturaleza divina del maestro es secundaria.
Y también hago dudar sobre la propia naturaleza de El Observador, que es un pirata informático tan audaz, el mejor del planeta, que habría preguntarse si es más que humano, o incluso, un ángel...
O pueda que, simplemente, no se trate de un hacker solitario...

lunes, 5 de diciembre de 2016

Tu vecino es un asesino en serie.

Siguiendo la estela de los mensajes inquietantes (empezando con la entrada de Dile la verdad a tu cónyuge), con esta frase empieza otra de las pequeñas historias que conforman la novela de El Observador. Un individuo normal y corriente es advertido por una fuente anónima de que el vecino que vive al lado es un asesino psicópata en serie.
La inspiración para este capítulo vino dada por las recurrentes declaraciones de los vecinos de este tipo de criminal. ¿O no se han dado cuenta de que cada vez que detienen a uno de estos monstruos, los primeros sorprendidos suelen ser los vecinos de su barrio? Y todos dicen siempre lo mismo. Que si no se metía con nadie, que si era el más educado, que no tenía cara de no haber roto un plato en toda su vida...
Porque está muy arraigada la idea de que el asesino psicópata es un individuo feo, corpulento o con kilos de más, y que va por los bosques o por los callejones oscuros, cubierto de sangre, ataviado con una máscara horripilante y armado con un gran objeto punzante o cortante.
Pero la realidad es tan horrible como anodina. Un psicópata acude puntualmente a trabajar, haciéndolo sin rechistar. Es tan competitivo en su oficio, que no tienen adversarios laborales que les hagan sombra. Suelen llevar traje y corbata, porque son conscientes de que así ataviados, pasan desapercibidos e infunden respeto. Y lo más importante, son atractivos y sonrientes, o al menos, generan una personalidad magnética que les permite manejar a los demás a su antojo. Es esta última cualidad la que les ayuda a seducir a sus víctimas para llevarlas a su casa.
Así que ya saben por qué los individuos que llevan traje y corbata, y que siempre están sonriendo, no me inspiran confianza.

domingo, 4 de diciembre de 2016

La cuestión de la familia.

Cuando estaba desarrollando la historia de El Observador durante el curso de guión, empecé a perfilar a los personajes principales, que iba a interactuar, muchas veces sin saberlo, con este pirata informático.


Para empezar, concebí a los cuatro personajes principales a raíz  del caso de Amalia Lorenzo (busquen en wattpad para saber más). Por una lado, una pareja de agentes policiales, que gracias a este intento de violación, se enteran de la existencia de El Observador. Por el otro, una pareja de agentes secretos, que ya enfrascados en la búsqueda de El Observador, aparecen en medio de la investigación y se apropian del caso.
La idea inicial era la de desarrollar las respectivas investigaciones de estos dos bandos enfrentados, hasta que el al final lleguen los dos a las mismas conclusiones y converjan en un mismo punto espaciotemporal.
No obstante, esta historia estaba pensada para que fuera una serie de televisión, y en España, se tiene la percepción de que una serie televisiva no funciona si no hay una familia en ella. Y por esta razón, a las dos corrientes investigadoras anteriormente descritas, añadí a una familia, con la intención de que formara una muestra de la población mundial, cuyas vidas también estaban siendo (inconscientemente) tocadas por El Observador.
Sin embargo, la introducción de una familia en la trama fue lo que más dolores de cabeza me trajo. Para empezar, al maestro le parecía que esta inclusión era artificial, prostética, que la trama familiar no pegaba con las otras dos tramas investigadoras. Y yo estaría de acuerdo con él, si no fuera porque ya estaba empezando a desarrollar la historia. Con la familia empecé la trama de los mensajes presuntamente amenazantes, además de que doté a El Observador de una presencia física (con el móvil rosa de la niña), a la vez que añadía varios sospechosos de ser El Observador (ya saben, de esos que se señalan al principio de un capítulo de CSI o de Se ha escrito un crimen, y que nunca resultan ser los criminales de turno).
Pero no dibujé la típica familia nuclear, con dos padres y uno o dos hijos, más los abuelos viviendo en su casa de la aldea. Quería apartarme de tanto tópico manido, así que diseñé a una familia mezclada, de un hombre que se había casado con una mujer que ya tenía tres hijos de una relación anterior, más con un abuelo ausente (voluntariamente y por motivos laborales), y una abuela tan obstinada en refugiarse en su fe religiosa, que repele a sus más allegados parientes.
Así que la inclusión de la trama familiar en esta historia terminó por enriquecer la novela de El Observador, además de que me permitió crear un reparto coral de personajes repartidos por todo el mundo. Porque, ¿qué es lo primero que aprendimos viendo Perdidos? Que todos estamos conectados en este mundo globalizado.
Además, al desarrollar la historia, surgió una inesperada conexión entre uno de los investigadores y uno de los miembros de la mencionada familia...
Pero eso es otra historia, y ya se cuenta en la novela.

sábado, 3 de diciembre de 2016

El apagón del internet alemán.

También en esta semana, he sido testigo de otro caso que asimismo podría formar parte de la trama de El Observador. Fue una batalla virtual que tuvo lugar en Europa y que finalizó con una consecuencia inesperada. La pérdida de la funcionalidad de todos los reuters alemanes, lo que a su vez provocó la paralización de la red de redes en esa parte del mundo.
Esta vez, debido a la avería generalizada, el común de los mortales fue consciente de la batalla entre piratas informáticos. Pero lo cierto es que estos ataques suceden todos los días, y muy a menudo, hay grandes intereses económicos detrás de ellos. Es una situación de la que también hablo en El Observador, pues no podía ser de otra manera en una novela cuyo protagonista es un pirata informático. Incluso menciono ese software que se usa para visualizar, en tiempo real y en un mapamundi, los diferentes ataques informáticos, como si fueran trayectorias de los misiles nucleares de la película Juegos de Guerra.
Y es que hoy en día, estos combates se suceden todos los días, ajenos a la cotidiana realidad del común de los mortales. Tienen la ventaja de que se trata de una guerra en la que no se mata gente a tiros ni se destruyen edificios a bombazos. Pero no por ello, no conlleva sus daños colaterales, los cuales se hacen patentes cuando afectan a la cotidianidad del mencionado común de los mortales.
Y lo de Alemania no fue la primera vez que sucede. Si la memoria no me falla, en el último verano, millones de usuarios de cierta red social no pudieron acceder a sus respectivas cuentas personales, por culpa de un ataque masivo de hackers. Y también podría recordarles lo sucedido con Sony Pictures, que fue saqueada por piratas informáticos de Corea del Norte. Y vaya a saber si es cierto ese rumor de que hackers rusos estuvieron implicados en las elecciones del actual presidente de Estados Unidos, una historia de la que oí hablar en las vísperas de las elecciones presidenciales...
Lo que quiero decir, es que en El Observador describo una realidad oculta, que el mencionado común de los mortales debería conocer. Si Ghost in the Shell me enseñó a prevenirme de los peligros de la red de redes, yo pretendo hacer lo mismo con los futuros lectores de El Observador. Es una de las razones por las que me decidí a sacar a la luz esta novela.

El caso de Asunta Basterra.

Al mismo tiempo que escribía El Observador, me conmocioné, junto con el resto de España, con el incomprensible homicidio de Asunta Basterra. No entraré en especulaciones del porqué de este crimen, que el tiempo ya se encargará de dilucidarlo. Simplemente recordaré cómo se resolvió un caso tan insólito.
Porque es este punto el que llamó mi particular atención sobre este asunto tan escabroso. Además de las declaraciones de los testigos, ciudadanos anónimos que ayudaron a desmantelar las cuartadas de los Basterra, también se recurrió a las imágenes captadas por las cámaras de seguridad de la zona centro de Santiago de Compostela.
He de confesar que el día que vi la imagen de esa niña tomada por una cámara de seguridad, cuya hora desmantelaba la versión contada por su madre, no pude evitar acordarme de El Observador. Tuve la impresión de que mi personaje era real, que un pirata informático anónimo estaba colaborando con la policía para atrapar a los ejecutores de esta pobre niña.
Es lo que estoy diciendo desde la primera entrada de este blog. El presente se está pareciendo cada vez más al futuro que describo en El Observador. Y es que las Fuerzas del Orden y de la Seguridad de España también se están poniendo al día con las nuevas tecnologías. Ya se demostró cuando capturaron al asesino de esos pobres niños que fueron incinerados en la finca de las Quemadillas. Y lo están haciendo ahora, cuando intentan localizar a Diana Quer, triangulado las posiciones pasadas de su malogrado teléfono móvil.
También quería aprovechar esta entrada para defender mi novela. Cuando un familiar se dignó a colaborar conmigo para corregir las erratas (¡cómo odio las erratas!), me comentó que la niña que es amiga de El Observador es demasiado lista para su edad. Y es cierto, es muy lista. Pero por eso mismo, El Observador la eligió para que fuera una de sus mejores amigas.
Y dicho de paso, creo que si la pobre Asunta hubiera tenido un ciberamigo como El Observador, probablemente, estaría con vida hoy en día.

viernes, 2 de diciembre de 2016

El pirateo del coche Tesla.

Cuando empecé a escribir El Observador, comenzó siendo un relato de ciencia ficción. Pero con el paso de los meses, el ficticio futuro cercano que describía se fue haciendo realidad. Incluso hay noticias de actualidad que emulan a alguno de los capítulos de El Observador. Y de aquí, mi creciente impresión de que el mundo real está plagiando mi obra.
Una prueba de ello fue esa noticia que vi este lunes, de un pirata informático que demostró lo fácil que era robar un coche autónomo de Tesla. Solamente fue una demostración, para que todos nos hagamos una idea de lo vulnerables que somos en el actual mundo hiperconectado.
Menciono esta noticia, porque cuando la vi, creí que la realidad me había vuelto a plagiar. Tuve la misma sensación cuando ese otro prototipo de Tesla tuvo un accidente el verano pasado. Pues en mi novela, El Observador también piratea un prototipo de vehículo autónomo para manipularlo como si fuera un coche teledirigido. Y aunque las intenciones de mi pirata bienhechor eran buenas, esta manipulación creó una mala imagen a este tipo de vehículos, que por otra parte, al funcionar con energía eléctrica, son necesarios para sustituir el actual parque automovilístico que se mueve con hidrocarburos. Ya saben, para reducir las emisiones del efecto invernadero y minimizar los daños causados por el cambio climático. Y por lo tanto, El Observador también ayuda a los diseñadores del coche autónomo después de haber realizado su desesperada fechoría, ofreciéndoles una protección informática que evita todo tipo de pirateo.
Incluso en este último aspecto, en la mala imagen del prototipo de Tesla por culpa de estos incidentes aislados, la realidad también plagia El Observador. Y al igual que mi personaje, también estoy a favor de este tipo de vehículos. No consumen derivados del petroleo y sus ordenadores de a bordo son los chóferes ideales.